viernes, 4 de abril de 2014

Mi último cumpleaños

Hoy, justamente hoy, dos de abril yo debería estar cumpliendo años. ¿Cuantos? No me acuerdo y mejor aun, no tengo ni el más vivo interés por obtener esa desagradable información.
Decir la edad, afirmaba mi madre, es más feo que preguntarla. Yo agregaría que si hay algo al hecho mismo de cumplir años es la odiosa celebración que los demás suelen hacer de tan deprimente suceso.
Es algo morboso que mueve a los seres humanos a convertir un acto solemne, como cumplir años, en algo de mal gusto. Lo cierto es que no cabe en el sentido común que nosotros, definidos en las enciclopedias como los animales con cerebro más desarrollado de la creación, hagamos toda clase de jolgorios para festejar los irremediables pasos hacia el más allá, como si nos llenera de contento el hecho de vernos cargados de arrugas, lentos en el andar, sordos, cortos de vista, quebrada la voz, la caída del cabello, de los dientes y de otras cosas que deben deprimir más aun. No veo donde esta el motivo de tanta celebración.
Y no es que tenga algo personal en contra el hecho mismo de ser viejo, estado venerable; si no que me atemorizan las consecuencias reales y deplorables que llegan casi sin remedio tomados de la mano con las hojas del calendario.
Mentiría si dijera lo contrario.
Amigos y familiares se encargan de hacer más dramático el asunto y aprovechan la terrible ocasión para llenarnos de libros, bolígrafos y tarjetas con leyendas tontas que intentan amortiguar el golpe de saber que nos vamos acercando inexorablemente al final.
Y, claro, no falta el canalla que se inventa una fiesta sorpresa llena de globitos, serpentinas, helado con pasas, tortas con vainilla y un poco de personas que nadie sabe quienes son, pero que a la hora de un traguito y un pedazo de pastel se unen con entusiasmo a la rumba.
La patética ceremonia incluye el canto de un himno interpretado generalmente en ingles y conocido como el "happy birthay", que la gente suele desafinar en tenebrosos gritos para que la situación sea más dramática.
Mientras esto ocurre, a uno le toca sonreír como un idiota y soplar unas velitas que se vuelven a encender para que alguien pueda hacer el consabido chiste de "tú ya no soplas", lo que sin duda no sera una broma en unos cumpleaños más. A poco, una de las presentes nos recomienda darle un mordisco a una de esas velitas y pedir un deseo. En ese mismo instante desearía con vehemencia que termine pronto aquella farsa que esconde en sus brazos, felicitaciones y risas lo que en una dimensión real no sería más que llanto, condolencias y miedo.
No quiero que se me felicite hoy, no quiero torta de vainilla, ni helado con pasas, no deseo una fiesta sorpresa, ni tengo necesidad de libros, bolígrafos o tarjetas con escritos ridículos y por favor, no se atrevan a cantarme el "happy birthay", mi último cumpleaños fue el año pasado y desde entonces prometí que no lo volvía a hacer .

LUCAS FRANCISCO ESPINOSA DUEÑAS

Nota: Mi padre nació el 2 de abril de 1915 y murió el 4 de abril de 1991 en un accidente automovilístico, dos días después de haber escrito esta premonitoria reflexión.

2 comentarios:

  1. Mi abuelo, lo conocí como persona de poco hablar pero de mano suelta para escribir.
    Conocedor de letras, fantástica sonrisa.

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